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de Carlos Rehermann

Impulso
Indagar sobre un período poco tratado de la vida de Florencio Sánchez: su estadía en Europa y los sentimientos que experimentó al encontrarse enfermo y sin dinero en países extraños.
Continuar investigando nuevas formas y métodos de trabajo escénicos, tal como lo hemos hecho a lo largo de quince años ininterrumpidos de puestas en escena. En este proyecto se hace énfasis en la expresión de los personajes como engranajes de un macro juego que les impone sus reglas y la relación con un espacio que los contiene y limita. Los actores están siempre en escena, y cuando no participan de la escena central, su energía está alerta y sostiene el diálogo de los otros.
Y nuevamente, colocar como tema de reflexión e inquietud ante el público el tema de la soledad y la ambición como debilidades humanas que todos podemos padecer, así como la desesperación del artista honesto que no logra ser escuchado en un ambiente indiferente y hostil.

Puesta en escena

Se articula a partir de las cinco escenas del texto original más cuatro interescenas, una obertura y una escena coreográfica final. Cada interescena incluye música y desplazamientos de personajes, generando una atmósfera de extrañamiento y sensación de pasaje de tiempo.
Durante las interescenas los actores desplazan las dos butacas, la balaustrada y la mesa de juego según lo requiere la sucesión de escenas. Todos los muebles tienen ruedas y son movidos con acciones que recuerdan una danza expresionista.

El texto propone escenas en diferentes espacios en torno al Casino de Montecarlo. Casi siempre al margen de las salas de juego propiamente dichas. La puesta en escena tendrá ese clima elusivo, de ensoñación y encuentros íntimos que sugiere el relato. También el capricho, la referencia al azar, la mala suerte, la desilusión y la trampa son presencias importantes de la historia que serán realzadas por una puesta con efectos lúdicos y desconcertantes.
Todos los objetos, escenografía y  personajes de Blackjack, salvo el croupier, estarán en un espacio acotado rectangular de seis por siete metros, que evoca la idea de un gigantesco tablero de juego a escala humana inspirado en el concepto de los juegos de mesa.
Las cinco escenas de diálogos que propone el texto serán relacionadas con interescenas en las que todo se mezcla como para una nueva partida de juego y en las que el croupier será el árbitro. El núcleo lúdico que propone el texto como tema central tendrá su correlato en el devenir de la puesta escénica por la forma en que los personajes y la escenografía serán desplazados y sometidos a reglas que parecen caprichosas, como todo juego de azar.


Los personajes, en los momentos de los pasajes entre escenas se comportan como fichas del tablero, sujetas a leyes de movimiento y acciones. Nunca saldrán de allí y se desplazarán como si fueran piezas de un juego de azar, especies de fichas de ajedrez, ludo o damas y no podrán avanzar más allá de los bordes.

En cada interescena, todo se vuelve a mezclar, se “baraja y tira de nuevo”. El azar y la probabilidad son las fuerzas que parecen conducir la historia.
El personaje del croupier del casino abrirá y cerrará la obra como maestro de ceremonias y árbitro del juego y será el único que pueda salir y entrar del tablero y comunicarse directamente con el público. Será a la vez relator y actor del drama.
Los personajes, salvo el croupier, no ven más allá de las fronteras del tablero y el mundo exterior no tiene para ellos existencia. El personaje de Florencio Sánchez está aún más acotado en su espacio, ya que dentro del tablero principal hay un segundo tablero más estrecho en el que puede existir. Más allá de esa zona central, una fuerza invisible le impide avanzar. El personaje eje del relato, permanecerá en el espacio más estrecho de la escena durante toda la obra y asistirá, estático y en estado de ansiosa
ensoñación, a los cambios de luz, escenografía y personajes que se desplazan a su alrededor.

Las delimitaciones espaciales tienen su correlato simbólico en la situación del protagonista, vislumbrando el gran mundo que no conocía pero atrapado en la crisis de su situación económica y de salud y por su fantasía de acceder al reconocimiento y al dinero envueltos en el sueño de haber llegado a Europa. Los otros personajes, víctimas también del juego o de las circunstancias, están en cierto modo acorralados, pero su radio de acción es mayor. Sólo el personaje del croupier, construido a partir de las memorias escritas por el legendario croupier Paul de Ketchiva, incorruptible e inmune a las tentaciones de ese mundo, está libre para ir y venir y observar desde afuera el macrojuego.
Durante las escenas de texto los personajes se comportan con naturalidad, aunque de acuerdo a un estilo de actuación que implica cierto extrañamiento no cotidiano. En los momentos de pasaje de una escena a otra, o cuando los personajes no están participando en la escena principal y permanecen en la periferia del tablero, muestran  actitudes que revelan algo más de lo que los diálogos expresan.
Todos los muebles tienen ruedas. Esto permite cierta fluidez y desplazamientos de carácter lúdico y fuertemente expresivo, en consonancia con la atmósfera que propone el texto.
La tensión va en aumento hacia la escena final, en la que todos los personajes a un tiempo comienzan a compartir la zona central de Florencio y se convierten en presencias que invaden su espacio mental y físico.

 

 

 

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