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Cómo surge la idea de llevar a escena este episodio de la vida de Primo Levi

Hace unos tres años leí La tregua. Casi sin respirar. Desde la imagen de los cuatro soldados rusos que un mediodía de enero de 1945 miraban confusos y llenos de estupor a los sobrevivientes del campo de Buna-Monowitz, sin saber qué hacer con ellos, hasta el regreso a la Turín natal encontrándose con la casa en pie y toda la familia viva, nueve meses después, Primo Levi cuenta con naturalidad el recorrido absurdo que tuvo que hacer para volver a casa. Casi tanto tiempo de viaje para volver una vez decretado el fin de la guerra como el tiempo que duró su estadía en el lager. Un periplo demencial que lo llevó de Auschwitz a Turín por el camino opuesto en el mapa. Parece un camino trazado por un loco, una línea dibujada en los países de Europa por el capricho del fantasma de algún nazi dispuesto a vengarse de los sobrevivientes.


Plano del campo de Auschwitz, por Primo Levi

Después fue la lectura de Si esto es un hombre, que es anterior, en vivencia y en escritura. Los diez meses del infierno en el campo de prisioneros. Y finalmente,  Los hundidos y los salvados, reflexión sobria e inteligente sobre lo ocurrido. Con tanta dignidad. Austero pero preciso al evocar los recuerdos, compartiendo desde el otro lado del tiempo, más de cuarenta años después y casi al borde de la vida, unas vivencias que son propias y a la vez de otro, ya de otro. Con todo el dolor y la cercanía dada por los inevitables flashazos de la memoria pero también la distancia generada por todos esos años.
Después de terminar el último libro de la trilogía, un día conversando con Carlos, evocamos el episodio del examen de química, relatado en Si esto es un hombre. A mí me obsesionaba la imagen de las camas perfectamente hechas. Que los obligaran a alisar hasta obsesión las míseras sábanas y mantas raídas de las camas en las barracas. Ni una arruga, ni un pliegue debía quedar luego de hacer la cama. La perfección de la miseria, de la abyección más cruda. Imaginaba una coreografía desesperante de actores vestidos en harapos y alisando camas.
Pero ahora existe El examen  como pieza dramática escrita. Y no tiene camas. En cambio tiene sillas, de unas proporciones y topología absurdas. Abortos del deseo de poder y la denigración. Y una mesa en la que es imposible apoyarse para escribir nada. Y un reloj que no sirve para contar un tiempo razonable, una caja que no es caja y un papel con instrucciones siniestras.
Se va a llamar El examen, decide Carlos, y anuncia que se va a concentrar en esas escasas seis páginas en las que Primo cuenta cómo se presentó a dar un examen que le valdría una mejora en su situación de prisionero en el campo. Con la cabeza rapada, el cuerpo sucio, con el traje de recluso, muerto de frío y hambre, sin haber sido eximido de cargar lo que hubiera que cargar, con el pico, la pala o lo que fuera, de trabajar todas las horas previas de ese mismo día de la prueba.
Y van a ser tres personajes, anuncia. ¿Sólo tres? Pregunto. A mí que me viene siempre esa tendencia a agregar, a crear situaciones nuevas para ver si agrego una presencia más. Sí tres. Como en el episodio del examen propiamente dicho. Es cierto. Como en el examen de la tarde, en el que solo Primo había quedado pendiente de dar la prueba. Eran siete en total los prisioneros que tenían título de químicos y que estaban en condiciones de dar la prueba. Pero por uno de esos caprichos, uno de tantos y tantos caprichos de las mentes inescrutables de los nazis, que el propio protagonista dice a cada momento que es inútil intentar darle un sentido, un atisbo de explicación lógica, eran siete para dar la prueba pero los “doktores” deciden que seis candidatos pasarán por la mañana, y el séptimo no. El séptimo es Primo, que debe volver al trabajo.
Ciertamente fueron tres los protagonistas de los hechos en aquella tarde helada y gris en la H-Strasse, la calle de los almacenes, sede del Kommando químico. Un tal Doktor Pannwitz, “alto, delgado, rubio; tiene los ojos, el pelo y la nariz como todos los alemanes deben tenerlos, y está formidablemente sentado detrás de un complicado escritorio”. Frente a Pannwitz  está plantado el häftling 174517, de pie, temiendo dejar una mancha de mugre donde tenga que tocar. Se trata del Doctor en Química doctorado en Turín en 1941 summa cum laude Primo Levi, con las manos llagadas y los pantalones con costras de barro. Y por último, “el tercer ejemplar zoológico”, el Kapo encargado del Kommando, un tal Alex, un “triángulo verde”, un delincuente profesional, de estatura inferior a la media y un caporalesco ideal de lo que es la virilidad. Claro, no habían juzgado necesario que el Kapo de un comando químico fuese un químico. Alex es “bicho violento y traidor, acorazado en su sólida y compacta ignorancia y estupidez”, que se transformaba en dúctil y servil con los SS.

Por qué lo hacemos, si es que tiene que existir un por qué

Se trata de otro enfoque del inagotable tema de la guerra y el sufrimiento y oprobio a que fueron sometidos algunos pueblos, en este caso el pueblo judío, sin dejar de reflejar que el tema tiene vasto alcance e involucra mucho más que un episodio particular.Consideramos que jamás será suficiente la reflexión del artista en torno a estos asuntos y el aporte que puede hacer desde su lugar. La conciencia alerta acerca del terrorismo de estado y los genocidios nos involucran a todos. Esta obra es lo suficientemente acotada como para dar cuenta de una situación específica que vivió un joven italiano –se ha mantenido su nombre real como homenaje en el texto-, y lo suficientemente abierta como para mostrar que lo que ocurrió es algo que pasó y podría volver a pasar en muchos otros momentos y lugares.A esto se agrega la idea de que un examen, ya sea académico o médico, siempre involucra una dosis de desconfianza, sometimiento y humillación del examinando. Las reglas son las reglas, y usted es incompetente o no está sano hasta que no se demuestre lo contrario. En los siglos que llevamos conviviendo, casi nunca hemos sido capaces de articular con sensatez una forma de diálogo amable y no denigrante con nuestros semejantes en situación de aprendizaje o enfermedad.

Sandra Massera (febrero 2010)

 

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